"Algo muy grave pasa, ha pasado y sigue pasando con los seres humanos pertenecientes al sexo femenino: asesinatos, agresiones, mutilaciones, violaciones…"
Constantemente están apareciendo en prensa y otros medios de comunicación -“Me too” mediante- denuncias sobre abusos sexuales sufridos por mujeres. Parece que al final vayamos a acostumbrarnos a estas noticias y a terminar banalizando los hechos: que si consintió o no consintió, que si cerró las piernas con suficiente fuerza, que si estaba drogada voluntariamente o por engaño, que si la mujer es cómplice o provoca los hechos, que si no eran horas, que iba por un lugar oscuro y solitario… O sea, prácticamente a cada denuncia puede corresponder una exculpación.
Sin embargo, también hay agresiones sexuales que se realizan en lugares públicos, a la vista de testigos que miran hacia otro lado y no intervienen, o que miran de reojo, o quizá complacidos. Que de todo hay.
Pero hoy no voy a hablar de eso. Ni de las contradicciones e hipocresías que comporta el frecuente intento de culpabilizar a las víctimas.
Hoy, 30 de enero de 2018, sólo quiero contar, para quien no haya leído o escuchado la noticia, y como una muestra más de lo que puede implicar haber nacido con vagina, que un hombre de 27 años ha violado (por llamarlo de algún modo) a un bebé de 8 (ocho) meses de edad: su sobrina. Los hechos ocurrieron el pasado domingo. Cuando escribo estas líneas, la pequeñita está hospitalizada en estado crítico, con graves lesiones internas. La familia pertenece a una clase social muy desfavorecida. Ha ocurrido en India, en la ciudad de Nueva Delhi, conocida por sus altos índices de violencia sexual contra las mujeres, menores incluidas, con una media de tres niñas violadas por día. Sólo en 2015, se reconocieron 11.000 casos de violación en India.
No entraré en el morbo de la noticia. Pero sí quiero señalar que algo muy grave, pero muy grave, pasa, ha pasado y sigue pasando con los seres humanos pertenecientes al sexo femenino en todo el mundo. Asesinatos, agresiones, mutilaciones, violaciones… Por eso es preciso gritar, y gritar muy fuerte, y que gritemos muchas y muchos. Que hagamos patente que no estamos dispuestas ni dispuestos a consentir que este estado de cosas continúe. Y que lo hagamos desde la situación y el lugar donde nos encontremos cada uno de nosotros, sea el que sea. Desde el poder político y el legislativo, pero también desde la calle, desde la escuela, también desde los centros sanitarios, desde las universidades. Desde ámbitos públicos, pero también privados: en conversaciones familiares, en el trabajo, con los amigos.
Las leyes han de endurecerse, y la idea de lo que es una mujer tiene que ser radicalmente revisada. Para ello, muchas tradiciones, más o menos antiguas, tendrán que ser reexaminadas con ojo crítico, y muchas creencias, incluidas las religiosas, también.
Porque lo cierto, la auténtica realidad, es que las mujeres no son inferiores a los hombres. Las mujeres, y las niñas, no existen para uso y disfrute del varón desde que nacen, no están destinadas a servirle, ni le están sometidas por leyes naturales, ni humanas, ni divinas. Y esto hay que hacerlo patente en todo lugar y en todo momento. Con huelgas, con voces a las que sea imposible no escuchar, a las que sea imposible ignorar y no tener en cuenta. Con todos los medios a nuestro alcance.
Por eso y para eso, hemos de decir NO gritando fuerte.
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