ORIGEN DE LA NAVIDAD
En
torno al solsticio de invierno los romanos celebraban una de sus fiestas más
gratas, las Saturnales, en honor de Saturno, divinidad agrícola protectora de
sembrados y garante de cosechas. Se honraba a este dios en su papel de señor
del universo en la mítica Edad de Oro, cuando dioses y hombres convivían en
libertad y gozosa armonía en una naturaleza de infinita generosidad.
Hasta
la dictadura de Julio César, la fiesta se celebraba el 17 de Diciembre, día en
que los senadores y los caballeros romanos ofrendaban al dios un gran
sacrificio, seguido de un banquete público que culminaba con el grito de “Io
Saturnalia”. Pero debió pensar que una sola jornada era escasa honra para este
dios y prolongó las Saturnales hasta el día 19. Siguieron su ejemplo Augusto y
Calígula, que añadieron sendos días, y Domiciano acabó la ampliación hasta el
día 23 de diciembre. Por tanto, a finales del siglo I después de cristo las
Saturnales duraban una semana completa, consagrada especialmente al regocijo y
la convivencia. Contribuía a ello la suspensión de numerosas actividades
públicas: la escuela, el Senado y los tribunales de justicia interrumpían sus
funciones. Aquí tenemos el antecedente de las vacaciones escolares en Navidad.
Los
romanos intercambiaban regalos y visitaban a amigos y familiares (así seguimos
hoy en día). Eran fiestas de excepcional permisividad y no se aplicaba la
severa ley sobre los juegos de azar, aprovechando los romanos para jugar a los
dados, las tabas y la lotería (todavía no se llamaba el Gordo de Navidad).
También aprovechaba esta permisividad a los esclavos, quienes en esas fechas
podían vestir las ropas de sus señores y compartían mesa con ellos. A que nos
suena eso de la “comida de empresa”?
Las
Saturnales terminaban el 23 de Diciembre, pero en el año 274 el emperador
Aureliano, siguiendo el sincretismo religioso que se empezaba a practicar,
introdujo el culto siríaco del Sol Invicto, cuyo natalicio se celebraba el 25
de diciembre, cuando el sol, superado el solsticio, recobra su poderío de luz
en los días. En él reconocieron casi todas las sectas a su suprema divinidad,
especialmente los numerosos seguidores de Mitra. La cantidad de dioses, propios
y extraños, que había acogido Roma acabaría reduciéndose, ya en este siglo III,
a este Sol Señor del Imperio Romano.
Esta
especie de monoteismo solar, cuyo culto había estado precedido por las fiestas
en honor de Saturno, allanó el camino al Cristianismo, no sólo para imponer
(por oposición al paganismo) la fecha del natalicio de Jesucristo, sino también
para la celebración de unas fiestas prolongadas en las que, como los romanos de
entonces, compartimos la alegría, cumplimos con los regalos, jugamos a la
lotería y nos entregamos con desenfreno a opíparas mesas.
COMO
VEMOS, LA NAVIDAD NO ES MAS QUE UN EXITOSO INTENTO DE SUPLANTAR CELEBRACIONES
ANTERIORES QUE NADA TENIAN QUE VER CON EL CRISTIANISMO.
Antonio Pérez Solís, Presidente de AVALL
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