dimarts, 10 de gener del 2017

RELIGIÓN Y ESTUPIDEZ

Artículo de Miguel Hernández
Nº 4 de la revista "Gaietà Ripoll" de Ateus de Catalunya





Durante una cena de profesores en la Universidad de Cambridge, el antropólogo Pascal Boyer comentaba sus investigaciones sobre los fang de Camerún. Explicaba que sus miembros creen “que las brujas tienen un órgano extra interno similar a un animal que vuela por la noche y arruina los cultivos de otras personas o envenena su sangre. También se dice que a veces esas brujas se reúnen en enormes banquetes, donde devoran a sus víctimas y planean futuros ataques. Muchos te dirán que un amigo o el amigo de un amigo realmente vio a las brujas volando sobre el pueblo por la noche, sentadas en una hoja de banano y arrojando dardos mágicos a diversas víctimas confiadas”. Un teólogo de Cambridge se giró hacia él y le mostró su asombro: “cómo la gente puede creer en ese sinsentido”. Sin embargo, los cristianos como él creen que una madre virgen tuvo un hijo sin que interviniera un padre; que ese hombre sin padre resucitó a un hombre llamado Lázaro y que él mismo lo hizo tres días después de muerto; que sabe lo que piensas tú y todos y cada uno de los seres humanos, y que puede recompensar y castigar en función de lo que hagas o pienses; que esa madre siguió siendo virgen y que nunca murió sino que ascendió corpóreamente al cielo; que el pan y el vino si se bendicen por un sacerdote se convierten en el cuerpo y la sangre de ese hombre sin padre, etc. “Todas las creencias religiosas parecen extrañas a todos los que no han sido educados en ellas”.
Por cierto, un científico ateo ha ironizado argumentado que si la Virgen hace menos de 2000 años empezó a subir desde Jerusalén, aún suponiendo que ascienda a la velocidad de la luz, con un telescopio potente la podríamos ver, pues estaría a menos de 2000 años­luz de nosotros y aún no habría salido de nuestra galaxia. En 1993, la autoridad religiosa suprema de Arabia Saudí, el jeque Abdel­Aziz Ibn Baaz, emitió un edicto o fatwa declarando que la Tierra es plana y que quienquiera que rechace esta afirmación es un ateo que merece ser castigado.
Los mormones creen que Jesucristo bajó del cielo una vez resucitado y aterrizó en América (del norte, por supuesto), donde se encontró a un grupo de judíos que habían llegado 600 años antes de nacer él. Después de llegar a América, los judíos se dividieron en dos grupos: los buenos (los nefitas) y los malos (los lamanitas). A estos últimos los castigó Dios volviéndoles la piel oscura por su maldad; de ahí vendrían los indígenas americanos. A nadie podrá extrañar el racismo de los mormones, si tenemos en cuenta el apoyo de muchos de ellos a la polí­ tica del Tercer Reich. Cuando te haces seguidor de un pensamiento mágico organizado aceptas suscribirte a un programa de formación de ovejas, das tu consentimiento para someter tu sentido común a unas enseñanzas confusas, incongruentes y misteriosas. No es casual.

Alimentarán tu miedo, cuestionarán tu razón, y te volverán más manipulable. Este proceso es más fácil de realizar en la infancia, cuando el sentido crí­ tico todavía no se ha podido desarrollar, pero se puede dar en cualquier edad si tienes el suficiente miedo a la responsabilidad que supone hacerte cargo de tu propia vida con realismo y sentido común. Una vez dentro, los rituales reforzarán tu sentimiento de pertenencia al club de ese dios. Todas las religiones te enseñan a tener miedo de tus propios pensamientos, a no cuestionar la Verdad, porque eres un pecador, un ser impuro, y la única solución posible es seguir las normas. Otra obligación importante es contribuir a la financiación de tu iglesia. Los dioses son omnipotentes, sin embargo son muy malos gestores de su capital. Reciben grandes donaciones, no suelen pagar impuestos, pero nunca tienen suficiente y siempre necesitan un poco más. Los creyentes suelen alardear de su humildad, sin embargo, condenan a los científicos y a los ateos por su arrogancia intelectual. No obstante, no hay mayor arrogancia que dar por sentado que el Creador del Universo se interesa por mí, aprueba lo que yo hago, me quiere y me recompensará tras mi muerte. Creer en los Reyes Magos puede tener su gracia a los cuatro años. A los veinte resulta ridículo. Pretender que tienes un amigo imaginario que te protege y al que puedes forzar su voluntad para conseguir tus objetivos haciéndole la pelota mediante el rezo no parece ser un comportamiento muy lúcido. Estas creencias extravagantes, que en lo personal pueden ser más o menos absurdas o delirantes, llevadas a escala social derivan en unas instituciones y en el establecimiento de unas convenciones con efectos perversos y monstruosos. Si el dogmatismo, la intolerancia, el pre­juicio la superstición y el fanatismo son siempre un fracaso de la inteligencia, el máximo exponente de todos estos errores son las religiones. Que mucha gente crea en cosas estúpidas no quiere decir que éstas sean ciertas. Mil moscas pueden estar equivocadas. Hace quinientos años casi todo el mundo pensaba que la Tierra era plana, e incluso algunos lo siguen pensando hoy en Arabia Saudí. El argumento del número, es decir, sostener que la mayoría de la gente es creyente y que por sí solo este dato ya es un indicativo de su fortaleza intelectual es presuponer que hubo un momento cero donde se ofertaron todas las posibilidades y que la mayoría eligió libremente, y eso nunca ha sido cierto a lo largo de la historia. Las religiones históricamente han controlado la educación y han ido unidas al poder político y económico. Durante siglos se han quemado y perseguido a personas y a libros tratando de destruir las ideas de libertad de conciencia, de sentido crítico y de justicia social. Además, como decía Bertrand Russell, “la mayoría de la gente prefiere morir a pensar; de hecho, es lo que hacen”

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