El oficio más antiguo del mundo no fue el de prostituta sino el de
sacerdote. La misión del sacerdote es la de asegurar la obediencia a las normas
del orden establecido por la clase dominante en cada momento histórico. Estos
profesionales de la Verdad no solo trabajan en el campo de la religión. Los hay
en la economía, en la política, en el derecho, en la filosofía y en cualquier
disciplina del pensamiento y de la práctica social. Ellos clausuran los límites
dentro de los cuales es posible el debate y fijan el régimen de castigos para
los que se aventuran fuera de sus límites. Son los expendedores de las verdades
socialmente establecidas.
La religión, de todas ellas, ha sido históricamente la disciplina más
eficaz para asegurar la tranquilidad social de aquellos que viven a costa del
excedente generado por otros. Ofrece una explicación del mundo, invita a la
sumisión y a la resignación frente a la injusticia y la tiranía, consuela ante
la angustia de la muerte, amenaza con castigos despiadados y eternos, y
complace con el señuelo de un lugar y un tiempo míticos donde todo será
diferente.
El término “fundamentalismo” surge hace un siglo asociado a otros más
antiguos como fanatismo, extremismo o integrismo. Su especificidad remite a su
etimología, es decir, se trataría de aquel movimiento que apela a la necesidad
de volver a los fundamentos, amenazados por la relajación que hacen gala sus
supuestos seguidores, las tentaciones de la vida moderna o el malvado ataque de
pérfidos enemigos. Se aplica sobre todo a las diferentes religiones, pero no
solo a ellas.
Una magnífica definición del fundamentalismo religioso la encontramos
en el libro “El espejismo de dios” del
científico Richard Dawkins: “Los
fundamentalistas saben que están en lo cierto porque han leído la verdad en un
libro sagrado y saben, además, que nada les va a apartar de sus creencias. La
verdad del libro sagrado es un axioma, no el producto final de un proceso de
razonamiento. El libro es verdadero y, si hay evidencia alguna que parece
contradecirlo, es esa evidencia la que debe rechazarse, no el libro”. Tenemos
aquí todos los ingredientes sustanciales:
1) la verdad se domicilia en un libro,
2) ellos han leído ese libro, creen literalmente lo
que dice y por tanto poseen la
Verdad ,
3) las evidencias contrarias son tramposas, aunque
parezcan ciertas.
Por tanto, el resto de la Humanidad o bien no ha
tenido la fortuna de conocer la existencia de ese libro, o la conoce y no lo ha
leído, o bien se ha dejado engañar por datos falsos. Las consecuencias que se
derivan de ello son claras: hay que evangelizar “urbi et orbe” para hacer llegar la buena nueva a cuantas mas
personas mejor ya que es por su propio bien. En cuanto conozcan la Verdad , ella iluminará sus
vidas y pasarán a engrosar las filas de los elegidos. El objetivo de todo
fundamentalista es convencer, o vencer, al mayor número de gente posible.
El fundamentalismo islámico o el judío utilizan el
trabajo de exégesis de ulemas y rabinos, pero la literalidad de los textos es
lo más importante. El fundamentalismo católico se apoya en un intérprete
elegido por la divinidad, el Papa, aunque la literalidad de la Biblia también es importante
para evitar interpretaciones erróneas y peligrosas herejías.
La mayoría de los musulmanes parecen fundamentalistas
a ojos de los occidentales, ya que consideran que el Corán es la palabra
literal e infalible de Alá. La diferencia entre fundamentalistas y moderados
sería el grado en que consideran que el Islam tiene que estar presente en todas
las dimensiones de la existencia humana, incluida la política y la ley.
El fundamentalismo judío, más conocido como judaísmo ultraortodoxo,
sigue fielmente la Torá
y considera al resto de corrientes de su religión como desviadas. Sus seguidores,
los jaredíes, rechazan el mundo occidental y sus innovaciones sociales, y
tienen sus propios barrios, comercios y escuelas.
Los fundamentalistas religiosos intentan ser más
consecuentes con sus creencias, y reprochan a los “sensatos” o “blandos” hacer
componendas incomprensibles con sus supuestas ideas, creer en cosas mutuamente
excluyentes o tener fe en la medida en la que les sirven para sus fines más
inmediatos o groseros.
Todas las clases de fundamentalismos pueden llegar al
extremo de utilizar la violencia para imponer sus tesis o eliminar a sus
enemigos, pero el religioso es quizá el más devastador y el más persistente a
lo largo de la historia. Dado que manejan Verdades Absolutas y que éstas afectan
a cuestiones muy íntimas de todo ser humano, su puesta en cuestión puede
encender hogueras de odio de proporciones apocalípticas, sin que en ese momento
parezcan importar los supuestos frenos morales de las que todas ellas gustan de
blasonar. Como escribió Oscar Wilde en El retrato de Mr.
W. H., “morir
por las creencias teológicas es el peor uso que un hombre puede hacer de su
vida”.
Ninguna religión, en ninguna de sus versiones, ha
estado nunca en la vanguardia de la lucha por las libertades, ni por las reivindicaciones
de las clases explotadas. No les preocupa el liberalismo económico sino el
político y filosófico, es decir, derechos tan peligrosos como la libertad de
conciencia o la libertad de expresión (delito de blasfemia), ya que anteponer
la propia razón a la doctrina supone desafiar las leyes divinas y eternas. Por
su propia esencia, ninguna religión puede renunciar a proclamar el monopolio de
la verdad. Si uno cree en la “Revelación” tiene un problema muy serio con la
“tolerancia”, o sencillamente con el respeto al otro, ya que en el fondo lo
contempla como relativismo, más o menos censurable según los casos. Pero los
valores no son ni universales ni eternos y cada cual tenemos los nuestros.
Ninguna religión, en ninguna de sus versiones,
renuncia al control de la moral, a la explotación del sentimiento de culpa, al
castigo mediante la condenación eterna o al mito de la salvación. Pero una sana
conducta moral no debería proceder en función de amenazas o premios, sino por
la propia convicción en la bondad o la corrección de las propias acciones.
Ninguna religión en su versión “light” deja de hacer del mundo un lugar seguro para el fundamentalismo
al enseñar a los niños que la fe incondicional es una virtud.
Ninguna religión, en ninguna de sus versiones, respeta
a las mujeres, a los homosexuales, a los animales, a la ciencia, al sentido
común, a la libertad ni al goce de vivir.
La religión, en ninguna de sus versiones, debería
ocupar el espacio público, imponer su moral, condicionar las leyes, secuestrar
la voluntad de los supuestos representantes de todos (aunque sepamos que no lo
son), reclamar privilegios o vivir del dinero público. La religión, al igual
que otras ideologías, pertenece al ámbito privado.
Los religiosos, de una u otra
versión, han contraatacado a los ateos utilizando argumentos estúpidos, como
que existe un “fundamentalismo ateo”. Los ateos no aspiramos a convertir a
nadie, no evangelizamos, no tenemos profetas, ni dogmas, estamos dispuestos a
cambiar de opinión si hubiera algún indicio racional que así lo aconsejara. Somos
librepensadores, es decir, nos atrevemos a pensar, como defendía el movimiento
ilustrado. Estamos convencidos de que la religión es un infantilismo
intelectual, es creer en amigos imaginarios en edades que superan la
adolescencia, en que las leyes naturales se suspenden por intervención de seres
mágicos. Y, sobre todo, estamos convencidos de que tenemos derecho a
expresarnos, y de que nuestras opiniones no pueden suponer una ofensa para los
creyentes, son simplemente nuestra opinión, al igual que la suya puede ser
crítica con la nuestra y no por ello vamos a pretender que se les censure. Lo
respetable son las personas, no las ideas. Las opiniones religiosas no merecen
una protección especial. Y si no quieren que nos riamos de sus creencias que no
tengan creencias tan graciosas.
La duda y no la certeza es lo
que ha permitido a la
Humanidad mejorar. Como decía el proverbio latino, ubi dubium ibi libertas, “donde hay duda
hay libertad”. La duda es creadora, invita a la reflexión, a la búsqueda, a la
experimentación. La expresión “pensamiento único” es una contradicción en sus
propios términos. El dogma liquida el diálogo, y dogmas tienen todas las
religiones, tanto en sus versiones fundamentalistas como suaves, por que si no
dejarían de ser religiones.
Si la religión es un error, la
literalidad en el mismo es la profundización en el yerro, la equivocación al
cuadrado. Pero sería equivocado considerar al fundamentalismo religioso como
algo perverso y a la religión como algo digno, serio y decoroso. Al menos el
primero es fácil de ridiculizar [1]. En cambio la segunda puede adaptarse
a los tiempos en lo accesorio, para irritación de sus respectivos fanáticos,
pero persiste en el núcleo de su discurso. Un discurso que es enemigo de la
vida, de la razón y del placer.
Miguel Hernández Alepuz
(Associació Valenciana d'Ateus i Lliurepensadors)
[1] Un divertido ejemplo es la carta que un oyente envió a una locutora de
radio en EE.UU. que consideraba la homosexualidad una abominación porque lo decía la Biblia. Para leerlo
basta con escribir en cualquier buscador de Internet: “Carta abierta a la dra. Laura Schlessinger”.