dissabte, 28 de gener del 2017

DOCUMENTAL AL CSA EL MONTÓ

DOCUMENTAL
"LADRONES DE VIDAS"

CSA EL MONTO (ALCÀSSER)

Dissabte 28  de gener a les 19,30 hores.

Presentació del documental i col.loqui a càrrec dels autors

Luis Plà i Miquel Henrnández

dimarts, 10 de gener del 2017

RAZONES DEL HOMENAJE A GAIETÀ RIPOLL


Artículo de Miguel Hernández
Nº 4 de la revista "Gaietà Ripoll" de Ateus de Catalunya


RAZONES DEL HOMENAJE GAIETÀ RIPOLL (páginas 10-12)

Los monumentos que tienen como finalidad homenajear a figuras históricas y de paso evocar el derecho a la libertad de pensamiento no suelen tener precisamente un carácter festivo. En general, el motivo de que sean erigidos obedece al deseo de recordar a víctimas de la violación de este derecho fundamental. Dichas víctimas no solo vieron limitados su libertad para pensar y opinar como juzgaran oportuno, sino que ese deseo les llevó a la muerte. Su “ajusticiamiento” no tenía únicamente la finalidad de castigar a esa persona en particular por haberse apartado del rebaño, por haberse atrevido a pensar por su cuenta, sino que servía como un mecanismo de control social, como un recordatorio de cuales son las normas de obligado cumplimiento, de quienes se encargan de aplicarlas y de hasta qué punto están dispuestos a llegar para cumplir con su cometido.
Miguel Servet, médico y teólogo aragonés, fue ejecutado por Calvino en Ginebra a causa de sus creencias. De nada le sirvió ser el primero en describir la circulación pulmonar o menor. Lo importante, por lo que merecía la muerte, fue por sus “errores” teológicos. Esto se dice en la sentencia: “Por estas y otras razones te condenamos, M. Servet, a que te aten y lleven al lugar de Champel, que allí te sujeten a una estaca y te quemen vivo, junto a tu libro manuscrito e impreso, hasta que tu cuerpo quede reducido a cenizas, y así termines tus días para que quedes como ejemplo para otros que quieran cometer lo mismo”. Sébastien Châteillon, coetáneo de Servet, escribió un libro en su defensa y donde se defendía la libertad de conciencia. En él se puede leer: «Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet, no defendieron una doctrina, mataron a un ser humano; no se hace profesión de fe quemando a un hombre, sino haciéndose quemar por ella». «Buscar y decir la verdad, tal y como se piensa, no puede ser nunca un delito. A nadie se le debe obligar a creer. La conciencia es libre». El monumento a Miguel Servet, situado cerca del sitio donde fue quemado, fue propuesto por el español Pompeyo Gener con motivo de un congreso internacional de librepensadores que tuvo lugar en 1902. Sin embargo, el proyecto quedó desvirtuado al ser redactada la inscripción por un calvinista. El resultado fue que logró que sirviera más para disculpar a Calvino que para recordar lo sucedido a esta figura histórica. El 3 de octubre de 2011, en conmemoración del 500 aniversario del nacimiento de Miguel Servet, la ciudad de Ginebra instaló una estatua de Miguel Servet cerca de esta estela. Quizá el ejemplo más conocido sea el de Giordano Bruno. Astrónomo, matemático, filósofo y poeta. Bruno parecía destinado a una tranquila carrera como fraile dominico y profesor de teología, pero su insaciable curiosidad le llevó a su perdición. Se las arregló para leer los libros del humanista holandés Erasmo, prohibidos por la Iglesia, que le mostraban que no todos los «herejes» eran unos ignorantes.

También se interesó por la emergente literatura científica de su época, incluida la nueva astronomía de Copérnico. Sus opiniones científicas y sus dudas respecto a algunos dogmas de la doctrina católica como la Trinidad y la Encarnación le llevaron ante el tribunal de la Inquisición y a su condena. Sabía lo que se estaba jugando, pero prefirió la muerte a la retractación. Muchos eran previamente ejecutados para evitarles el sufrimiento, pero él no gozó de ese privilegio y lo quemaron vivo. Además, para que no hablara a los espectadores y pudiera convencer a alguno, perforaron y ataron su lengua. En 1849 la República Romana levantó la primera estatua a Giordano, pero con la Restauración el papa Pio IX se apresuró a solicitar y lograr su destrucción. Hay que esperar 40 años, y desafiar las amenazas y desafíos del Papa León XIII para poder erigir la actual estatua en la Plaza del Campo dei Fiori. La estatua del pensador nunca está sola, pues de día se encuentra en el centro del mercado, y de noche merodean por allí los Erasmus y el resto del estudiantado de la universidad de La Sapienza. François­Jean Lefebvre, conocido como caballero de La Barre, era un noble francés de 19 años en 1766. Un juez local que estaba enemistado con él le acusó falsamente de blasfemia, basándose en pruebas tan endebles como que no se había quitado el sombrero a treinta pasos de una procesión. La Inquisición registró su casa y encontró tres libros prohibidos, entre ellos el Diccionario Filosófico de Voltaire y algunos libros eróticos. El joven fue condenado a sufrir la amputación de la lengua hasta la raíz y la mutilación de la mano a la puerta de la Iglesia, para después ser conducido en una carreta a la plaza del mercado donde fue asesinado por decapitación y quemado en la hoguera junto con un ejemplar del libro de Voltaire. Sus últimas palabras fueron: “Je ne croyais pas qu’on pût faire mourir un gentilhomme pour si peu de chose”, “Yo no creo que deba morir un hombre por hacer tan poco”. En 1897 una comisión de librepensadores decidieron erigirle una estatua al Chevalier junto a la Basílica del Sacre Coeur. Y así se hizo, pero el gobierno de Vichy, en 1941, con la excusa de que necesitaba metal para la guerra, la retiró, lo cual no hizo con otras estatuas de reyes ni emperadores. Actualmente, en el mismo sitio, hay una estatua que se erigió en el año 2001. El nombre del Chevalier de la Barre da lugar a innumerables asociaciones librepensadoras por toda Francia. Valencia tiene el triste honor de ser la ciudad donde fue asesinada la última víctima en todo el mundo de la Inquisición. Han pasado 190 años y ningún monumento, ninguna estatua, ninguna placa explicativa recuerda al malogrado maestro de Ruzafa. En 1905 el Ayuntamiento de Valencia adoptó la decisión de dedicar la plaza mayor de Ruzafa al maestro Gaietà Ripoll. El 5 de agosto de ese año la comitiva llegó a la tribuna y después de leída el acta con el acuerdo de rotulación tomó la palabra el teniente de alcalde. Justo en ese momento las campanas de la inmediata iglesia de San Valero fueron echadas al vuelo impidiendo el discurso entre gritos de protesta y silbidos. El alcalde, Sanchis Bergón, ordenó a la guardia municipal que se dirigiera a la iglesia para detener el toque de campanas. Finalmente fue descubierta la lápida entre vivas a Valencia y a la libertad religiosa. Durante la Guerra Civil a la actual calle de la Beneficencia se le cambió el nombre por la de Gaietà Ripoll. En 1980, siendo alcalde Ricard Pérez Casado, se le puso su nombre a una plaza, y se recordó su condición de maestro. En esa misma plaza, curiosamente, se ha levantado una iglesia de esas de nueva construcción que bajo el mandato de la anterior alcaldesa proliferaron por toda la ciudad. Gaietà Ripoll fue detenido el 29 de septiembre de 1824. Durante los casi dos años que estuvo preso en la cárcel de San Narciso, junto al edificio de las actuales Corts Valencianes, tuvo la visita de varios sacerdotes y teólogos para intentar convencerle de que se retractara de sus creencias. El no era ateo, ni siquiera agnóstico, era deísta. Los deístas admiten la existencia de dios como principio y causa del mundo pero niegan que intervenga en los asuntos humanos. Según esta creencia, dios está en todas partes, pero no es un dios personal. Ripoll sabía lo que se jugaba y a pesar de todo no cedió.

Lo que estaba en juego en 1826 es lo mismo que lo que está en juego hoy: la libertad de pensamiento y la libertad de expresión. Recordemos los 4 “delitos” de los que fue acusado: • sustituir en las oraciones de clase la expresión “Ave María” por “Alabado sea dios”; • no acudir a misa ni llevar a sus alumnos; • no salir a la puerta de la barraca donde daba clase para saludar el paso del viático quitándose el sombrero; • comer carne en viernes santo. Por estas cuatro razones una persona en la ciudad de Valencia hace menos de doscientos años mereció la muerte. La Declaración Universal de los Derechos Humanos dice en su artículo 18: Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.
En pleno siglo XIX ya no se atrevieron a quemarlo, así que se limitaron a ahorcarlo y después a dejarlo caer en un tonel con las llamas pintadas, pues la pena para un hereje estaba muy clara: la hoguera. Había que purificar ese cuerpo corrompido, impuro. En la ciudad de Valencia hay muchos monumentos. Los hay, por ejemplo, a la capa española, al humorista Don Pío o a una misa que ofició el papa Benedicto XVI. 

En el caso de la iniciativa que aquí se propone, el motivo no se limita a rendir un homenaje a una figura histórica, sino que va mucho más allá. Al invocar un derecho fundamental como es la libertad de conciencia, inmediatamente trascendería su contenido más literal y podría llegar a convertirse en un lugar simbólico para el conjunto de la ciudadanía. Cada 9 de diciembre, Día Internacional del Laicismo y la Libertad de Conciencia, todas aquellas asociaciones que luchan por estos objetivos tendrían un lugar de encuentro donde visibilizar sus reivindicaciones. Pero no solo se podrían reunir ese día. Pensemos por ejemplo en situaciones dramáticas como el atentado a la revista satírica francesa “Charlie Hebdo”. Pensemos igualmente en reacciones a medidas del poder que supongan un ataque a este derecho fundamental. Dotar a la ciudad de un lugar simbólico de este tipo supondría un gran avance en esta dirección. Otras grandes ciudades del mundo ya disponen de estos hitos para el imaginario colectivo. En el caso que aquí se propone, además, al ser un lugar eminentemente turístico, ya que no solo se encuentra en pleno casco histórico, sino en frente del único edificio que es Patrimonio de la Humanidad, tendría efectos multiplicadores en la difusión de la reivindicación del derecho de la libertad de pensamiento.

No son casuales las dificultades que encuentran siempre este tipo de monumentos. Lo hemos visto en todos los ejemplos citados mas arriba. En el primero dedicado a Miguel Servet, se encargó de redactarlo un seguidor de las doctrinas de su verdugo y así le quedó el texto: “Hijos respetuosos y reconocedores de Calvino, nuestro gran reformador, pero condenando un error, que fue el de su siglo, y firmemente apegados a la libertad de conciencia según los verdaderos principios de la Reforma y del Evangelio, hemos erigido este monumento expiatorio el XXVII de octubre de 1903”. En el caso de Giordano Bruno, al regresar el papa a posiciones de poder se apresuró a ordenar la destrucción del monumento, y hubo que esperar 40 años, y superar un nuevo periodo de manifestaciones y algaradas encabezadas por la jerarquía eclesiástica, para volver a instalar una nueva estatua en el lugar donde fue asesinado. Finalmente, ya hemos visto como los nazis eliminaron el monumento al caballero de La Barre. El gran científico Carl Sagan, en su libro “El mundo y sus demonios” tiene unas palabras que parecen escritas para esta ocasión: “Si estamos absolutamente seguros de que nuestras creencias son correctas y las de los demás erróneas, que a nosotros nos motiva el bien y a los otros el mal, que el rey del universo nos habla a nosotros y no a los fieles de fes muy diferentes, que es malo desafiar las doctrinas convencionales o hacer preguntas inquisitivas, que nuestro trabajo principal es creer y obedecer… la persecución de brujas se repetirá en sus infinitas variaciones hasta la época del último hombre (…) Si no conseguimos entender cómo funcionó la última vez, no seremos capaces de reconocerlo la próxima vez que surja”

RELIGIÓN Y ESTUPIDEZ

Artículo de Miguel Hernández
Nº 4 de la revista "Gaietà Ripoll" de Ateus de Catalunya





Durante una cena de profesores en la Universidad de Cambridge, el antropólogo Pascal Boyer comentaba sus investigaciones sobre los fang de Camerún. Explicaba que sus miembros creen “que las brujas tienen un órgano extra interno similar a un animal que vuela por la noche y arruina los cultivos de otras personas o envenena su sangre. También se dice que a veces esas brujas se reúnen en enormes banquetes, donde devoran a sus víctimas y planean futuros ataques. Muchos te dirán que un amigo o el amigo de un amigo realmente vio a las brujas volando sobre el pueblo por la noche, sentadas en una hoja de banano y arrojando dardos mágicos a diversas víctimas confiadas”. Un teólogo de Cambridge se giró hacia él y le mostró su asombro: “cómo la gente puede creer en ese sinsentido”. Sin embargo, los cristianos como él creen que una madre virgen tuvo un hijo sin que interviniera un padre; que ese hombre sin padre resucitó a un hombre llamado Lázaro y que él mismo lo hizo tres días después de muerto; que sabe lo que piensas tú y todos y cada uno de los seres humanos, y que puede recompensar y castigar en función de lo que hagas o pienses; que esa madre siguió siendo virgen y que nunca murió sino que ascendió corpóreamente al cielo; que el pan y el vino si se bendicen por un sacerdote se convierten en el cuerpo y la sangre de ese hombre sin padre, etc. “Todas las creencias religiosas parecen extrañas a todos los que no han sido educados en ellas”.
Por cierto, un científico ateo ha ironizado argumentado que si la Virgen hace menos de 2000 años empezó a subir desde Jerusalén, aún suponiendo que ascienda a la velocidad de la luz, con un telescopio potente la podríamos ver, pues estaría a menos de 2000 años­luz de nosotros y aún no habría salido de nuestra galaxia. En 1993, la autoridad religiosa suprema de Arabia Saudí, el jeque Abdel­Aziz Ibn Baaz, emitió un edicto o fatwa declarando que la Tierra es plana y que quienquiera que rechace esta afirmación es un ateo que merece ser castigado.
Los mormones creen que Jesucristo bajó del cielo una vez resucitado y aterrizó en América (del norte, por supuesto), donde se encontró a un grupo de judíos que habían llegado 600 años antes de nacer él. Después de llegar a América, los judíos se dividieron en dos grupos: los buenos (los nefitas) y los malos (los lamanitas). A estos últimos los castigó Dios volviéndoles la piel oscura por su maldad; de ahí vendrían los indígenas americanos. A nadie podrá extrañar el racismo de los mormones, si tenemos en cuenta el apoyo de muchos de ellos a la polí­ tica del Tercer Reich. Cuando te haces seguidor de un pensamiento mágico organizado aceptas suscribirte a un programa de formación de ovejas, das tu consentimiento para someter tu sentido común a unas enseñanzas confusas, incongruentes y misteriosas. No es casual.

Alimentarán tu miedo, cuestionarán tu razón, y te volverán más manipulable. Este proceso es más fácil de realizar en la infancia, cuando el sentido crí­ tico todavía no se ha podido desarrollar, pero se puede dar en cualquier edad si tienes el suficiente miedo a la responsabilidad que supone hacerte cargo de tu propia vida con realismo y sentido común. Una vez dentro, los rituales reforzarán tu sentimiento de pertenencia al club de ese dios. Todas las religiones te enseñan a tener miedo de tus propios pensamientos, a no cuestionar la Verdad, porque eres un pecador, un ser impuro, y la única solución posible es seguir las normas. Otra obligación importante es contribuir a la financiación de tu iglesia. Los dioses son omnipotentes, sin embargo son muy malos gestores de su capital. Reciben grandes donaciones, no suelen pagar impuestos, pero nunca tienen suficiente y siempre necesitan un poco más. Los creyentes suelen alardear de su humildad, sin embargo, condenan a los científicos y a los ateos por su arrogancia intelectual. No obstante, no hay mayor arrogancia que dar por sentado que el Creador del Universo se interesa por mí, aprueba lo que yo hago, me quiere y me recompensará tras mi muerte. Creer en los Reyes Magos puede tener su gracia a los cuatro años. A los veinte resulta ridículo. Pretender que tienes un amigo imaginario que te protege y al que puedes forzar su voluntad para conseguir tus objetivos haciéndole la pelota mediante el rezo no parece ser un comportamiento muy lúcido. Estas creencias extravagantes, que en lo personal pueden ser más o menos absurdas o delirantes, llevadas a escala social derivan en unas instituciones y en el establecimiento de unas convenciones con efectos perversos y monstruosos. Si el dogmatismo, la intolerancia, el pre­juicio la superstición y el fanatismo son siempre un fracaso de la inteligencia, el máximo exponente de todos estos errores son las religiones. Que mucha gente crea en cosas estúpidas no quiere decir que éstas sean ciertas. Mil moscas pueden estar equivocadas. Hace quinientos años casi todo el mundo pensaba que la Tierra era plana, e incluso algunos lo siguen pensando hoy en Arabia Saudí. El argumento del número, es decir, sostener que la mayoría de la gente es creyente y que por sí solo este dato ya es un indicativo de su fortaleza intelectual es presuponer que hubo un momento cero donde se ofertaron todas las posibilidades y que la mayoría eligió libremente, y eso nunca ha sido cierto a lo largo de la historia. Las religiones históricamente han controlado la educación y han ido unidas al poder político y económico. Durante siglos se han quemado y perseguido a personas y a libros tratando de destruir las ideas de libertad de conciencia, de sentido crítico y de justicia social. Además, como decía Bertrand Russell, “la mayoría de la gente prefiere morir a pensar; de hecho, es lo que hacen”

dimecres, 4 de gener del 2017

EL ATEÍSMO: VIA DIRECTA A LA LIBERTAD

AMPARO ARIÑO
Doctora en Filosofía y miembro de AVALL

Publicado en La Marea (enero 2017)

Treinta años de docencia le han dejado la garganta y los bronquios al límite. No por debilidad, sino por pasión pedagógica. Nada que no suavice una infusión de jengibre y regaliz con un cacito de miel. “Hablo mucho, muy rápido, disfruto en clase”, asegura esta profesora de Historia de la Filosofía por la Universitat de València, ahora prejubilada, pero capaz de ofrecer, frente a una mesa de café, una lección sobre filósofos presocráticos y el existencialismo de Sartre y Simone de Beauvoir. Todo para encontrar raíces y razones en el ateísmo, “una vía directa hacia la libertad y la autonomía”. 

Y eso es el saber. "Sapere aude", atrévete a saber, según la filosofía kantiana. Una audacia que Ariño practicó desde joven. “Poco a poco te vas desengañando de la religión”. A los 14 años, tras la misa, abordó al cura en la sacristía de tan indignada por una homilía con exaltaciones al dolor, el sufrimiento y la fatalidad.  “¿De verdad cree que Dios quiere que seamos infelices?”, reprendió a un sorprendido párroco.
Y así, de uno en uno, fue ascendiendo todos los escalones del pensamiento hasta el abismo. “El cielo está vacío, estamos solos”, recita uno de los diálogos de Las Moscas, de Sartre.

Un espacio deshabitado que el ser humano ha ido llenando con voluntad de control social, castigo y consolación. Esa sería la esencia de la religión y del poder civil, dos elementos que, según Ariño, siempre van de la mano. Algo que ya inquietaba a los sofistas, entre los siglos V y IV antes de Cristo. “Eran racionalistas y materialistas y entendían el hecho religioso como algo social, determinado por factores políticos y económicos”, explica Ariño y añade: “Lo sobrenatural quedaba aparte”.
Por ejemplo, Protágoras ya se declaró agnóstico e incapaz de determinar la existencia o no de los dioses: “Me lo impide la oscuridad del tema y la brevedad de la vida humana”. Y apuntó a que si los leones y caballos tuvieran manos, pintarían a sus dioses con forma de caballos y leones. Pródico escribió que la religión diviniza lo que el ser humano precisa para sobrevivir. Como el pan. Y por eso Celes era la diosa de los cereales. O Trasímaco, otro sofista, mostró el mismo desdén hacia los dioses que los dioses podían mostrar, teóricamente, hacia los humanos: “Si existen, no les importamos, ya que, de lo contrario, no habrían descuidado el mayor de los bienes, que es la justicia”, parafrasea Ariño.
Y en la cumbre de la intromisión y la lucidez hallamos a Platón, quien en Las Leyes describió la ciudad y de qué forma la religión debía ser una cuestión exclusiva del Estado, con sus dioses reglados, sus fiestas de guardar y la represión, hasta el exterminio llegado el caso, de los incrédulos. “Para Platón, los principales enemigos eran los ateos que eran buenos ciudadanos, el mal ejemplo siendo un buen ejemplo”. Su República era totalitaria, alienadora, pero con elevadas dosis de eficacia política. Las mujeres debían participar de la política para no desaprovechar a la mitad de la población. Y los gobernantes vivirían bien, pero sin propiedades privadas. “No se fiaba en absoluto e intuía lo que está sucediendo ahora”, añade Ariño sobre la corrupción institucionalizada.

“La libertad es responsabilidad y ésta nos angustia, pero al mismo tiempo es esa libertad lo que nos permite construir nuestra propia existencia, sin una esencia previa que nos determine, ni unas leyes divinas que nos obliguen”, relata en un salto de siglos hasta la Francia del mayo del 68. Una idea que recorre las tres décadas de docencia abriendo mentes frente al miedo y la superstición, educando hacia la libertad. El conocimiento, la duda y la curiosidad. El único más allá posible de la filosofía, el más ateo de los saberes.