El pasado 25 de enero, AVALL recibió de la Logia Blasco Ibáñez el premio a la laicidad.
Nuestro compañero Rafael Cuesta participó en la mesa redonda del acto, con el discurso que tenéis a continuación:
CONVERTÍOS AL LAICISMO, OBISPOS
Los miembros de AVALL, en su afán de ceñirse a lo que la ciencia dice, afirman que no hay ninguna evidencia de la existencia de dios y que, por tanto, es muy probable que dios no exista. Más aún, los datos que la historia de la humanidad nos proporciona y las noticias que la actualidad nos hace llegar a diario, podrían generar en los miembros de AVALL la convicción, la firme convicción, de que sin religiones el mundo funcionaría mucho mejor. Supongamos ahora que un miembro de AVALL fuera nombrado ministro, de justicia por ejemplo, y que guiado por sus convicciones, promulgara una ley en la que se prohibieran todas las religiones y el tener creencias religiosas se incluyera como delito en el código penal. La situación resultante, aunque pudiera parecer deseable para muchos de los presentes, adolecería de un déficit democrático insalvable: ignora la pluralidad de pensamientos, de ideologías, de creencias que se da en toda sociedad humana.
Si no tenemos en cuenta esta exigencia democrática de respeto al pluralismo no podremos entender qué está pasando aquí. Porque ¿Cómo explicar el empeño del gobierno de Rajoy y Gallardón en modificar una ley que reconoce y respeta el derecho de la mujer a decidir si concluye o no un embarazo que no desea, que ha conseguido disminuir el número de abortos, que ha normalizado esta prestación sin obligar a nadie a usarla, que está en sintonía con la legislación de la mayoría de los países europeos, que ha merecido el consenso de la mayoría social.? En definitiva, una ley que está funcionando bien, ¿Por qué el empeño en cambiarla?
Sin duda, porque responde al propósito de imponer las creencias religiosas de unos cuantos al conjunto de la sociedad. Este propósito, desde luego, no es nada nuevo. Los líderes religiosos en general, y los de la iglesia católica española en particular, se han caracterizado siempre por arrogarse la exclusividad de la moralidad. Consideran que lo que está bien y lo que está mal lo establece dios, su dios, y dado el silencio de éste ellos se erigen en los únicos autorizados para establecer las normas que han de regir la acción humana. Como lo que “dice” dios es universalmente verdadero y válido para siempre, todos los humanos, por su voluntad o contra su voluntad, habrán de ajustarse a las normas de conducta que ellos, los voceros de dios, prescriben. Pero además, es bien sabido que todos los gobiernos de la historia de España, salvo alguna honrosísima excepción, se han plegado servilmente a este propósito de la jerarquía eclesiástica.
Unos y otros (iglesia, gobierno) olvidan que la sociedad democrática, que por definición ha de ser laica, establece que todo ciudadano tiene el derecho de pensar y creer lo que considere oportuno. Pero dicho derecho jamás podrá convertirse en un deber para nadie. Por consiguiente la democracia, la laicidad es incompatible con el integrismo que tiende a convertir los propios dogmas en obligaciones para otros o para todos. La organización democrática de la sociedad ha de garantizar la pluralidad y diversidad de formas de pensar, de convicciones, creencias, concepciones del mundo. En consecuencia, nunca el espacio público, es decir todos aquellos aspectos de la sociedad que son comunes a todas las personas: los principios constitucionales, la ley, las instituciones, etc., nunca podrán ser invadidos por alguna creencia particular.
Pero detengámonos un momento a considerar cuales han sido los caballos de batalla del integrismo católico en los últimos años. Fundamentalmente han sido tres: Educación para la Ciudadanía, el matrimonio homosexual y la ley del aborto.
Educación para la Ciudadanía: resulta inexplicable la virulencia con la que se han opuesto a una asignatura que pretendía que toda la población escolar conozca los valores democráticos, los derechos y libertades ciudadanas. Y más inexplicables son los motivos: adoctrinamiento y relativismo moral. En definitiva niegan la necesidad de construir un espacio común a toda la ciudadanía independiente de los propios dogmas. Sin duda desconocen que las democracias modernas basan sus acuerdos axiológicos en leyes y discursos legitimadores no directamente confesionales y, por tanto, discutibles y revocables, de aceptación voluntaria y humanamente acordada. Este marco de convivencia, laico, no excluye las religiones sino que garantiza su libertad de creencias y de culto. Pero a ellos no les basta con esto, han de imponer su moralidad.
Cabe hacer notar que es una moralidad muy selectiva. No les llama la atención las enormes desigualdades, el aumento de la pobreza, los desahucios, las estafas financieras, el desmantelamiento de servicios públicos elementales, el recorte de derechos, el desempleo, el abandono de las personas dependientes, los niños robados y no digamos los curas pederastas o los más de 11.300,000 de euros que en 2014 recibirá la iglesia de las arcas del estado…. Sólo parecen movilizarse para cercenar libertades y derechos ajenos.
Pero todavía es más grave que el gobierno de un estado constitucionalmente aconfesional, legisle siguiendo los dictados de una confesión. Así ha sido aprobada la LOMCE, la famosa ley Wert que suprime la Educación para la Ciudadanía porque no interesa que la educación, un servicio público sufragado con dinero de todos, sirva para construir un espacio regido por los valores democráticos que habrían de ser comúnmente compartidos. Que todos los escolares aprendan eso les parece adoctrinamiento. Y no acaba ahí la cosa: para demostrar que están en contra del adoctrinamiento han hecho que esa misma ley eleve el estatus de la religión católica en la escuela y, a partir de ahora, ya no será un añadido a los planes de estudio sino que forma parte del curriculum como cualquier asignatura y constará en el expediente académico. No les importa que en la escuela pública se enseñen contenidos que no son científicamente contrastados. Lo que importa es que, según los datos que hemos conocido esta misma semana, en la última década ha disminuido muchísimo el alumnado que opta por estudiar religión. Eso no pueden tolerarlo ni los obispos ni el gobierno a su servicio.
Matrimonio homosexual: Claro ejemplo de prejuicios religiosos que llevan a la intransigencia e intolerancia. Lo más suave que dicen de la homosexualidad es que es antinatural. 25 siglos después de los sofistas, todavía no se han enterado de que en el ser humano todo es cultural, convencional. Si sólo aceptáramos lo natural, no habría religiones, ni celibato, ni obispos. La homosexualidad no es una enfermedad como ellos afirman, pero la homofobia sí tiene fácil cura: basta una buena dosis de principios democráticos, de respeto a los derechos y libertades de los demás.
Aborto: En su discurso para negarle a la mujer la capacidad de decidir acerca de su maternidad llegan al paroxismo. El obispo Reig Pla ha afirmado esta misma semana que estamos en “la cultura de la muerte” y que la verdad que él defiende -el aborto es un asesinato- está por encima del parlamento y niega a éste la legitimidad para legislar. También hace un llamamiento a las mujeres para que “reivindiquen sus vientres como el lugar más seguro para que florezca la vida humana”.
No hay mucho más que decir, salvo que, por debajo de esta arrogante negativa a respetar el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, se esconde, muy mal por cierto, la concepción que la iglesia católica tiene sobre la mujer. No es ciudadana de pleno derecho. No la sitúan en condición de igualdad al varón. Las mujeres nunca pueden ser personas autónomas y libres porque han de estar sometidas al marido en el caso del matrimonio y en la religión, su religión, carecen de la dignidad del varón. Por eso resulta tan fácil contar las mujeres miembros de la conferencia episcopal o del clero. En fin, la mujer ha de ser sumisa y dependiente y lo único que se le permite es ofrecer su vientre para la procreación.
Es la suya una moralidad hipócrita: Afirman defender la vida pero jamás han levantado la voz contra los más de 700 asesinatos de mujeres a manos de sus parejas en la última década. Incluso los hay que, cínicamente, niegan la violencia de género. La virulencia con la que rechazan la regulación de la interrupción del embarazo no se compadece con su negativa a las campañas para extender el uso de anticonceptivos o a la educación sexual. Y lo que es más importante: El machismo, la misoginia de su concepción les impide ver que sólo se puede defender la vida humana si ésta va acompañada de la dignidad y ellos, de nuevo por un prejuicio religioso, se la niegan a las mujeres al privarlas de su autonomía y libertad.
Si ha de primar la contaminación religiosa de las mentes, si lo que para cada confesión es pecado ha de ser trasladado como delito al código penal, la convivencia es completamente imposible. La teoría democrática moderna hace siglos avanzó la solución a este problema: el laicismo.
La actual cúpula de la conferencia episcopal española lleva años desacreditando el laicismo, tergiversa su sentido al identificarlo con irreligión e inmoralidad y le atribuye el origen de todos los males. Estos obispos (o ministros, o intelectuales) tan beligerantes desconocen, o fingen desconocer, que el laicismo es un proyecto de organización de la convivencia que garantiza la libertad de conciencia, la capacidad de cada individuo para pensar lo que quiera, para adherirse a las creencias que juzgue oportunas, para abandonarlas o para no tener ninguna. El laicismo nos permite vivir juntos, a pesar de nuestras diferencias de opinión y creencias. Por eso, el laicismo no sólo es bueno, es absolutamente necesario.
El Estado sólo puede ser democrático si es laico, es decir, si se pone al servicio de los ciudadanos en lugar de someterlos al suyo, si no pretende reinar sobre las mentes ni sobre lo corazones. Si no se empeña en decir lo verdadero ni lo bueno, sino sólo lo permitido y lo prohibido. Si es absolutamente neutral en materia de creencias. Ningún credo puede tener privilegios ni ventaja alguna. El estado carece de religión y de moral. Compete en exclusividad al individuo, al ciudadano, mujer o varón, tener una si lo desean.
El laicismo es una inaplazable necesidad. Es imprescindible que los obispos y los ministros del gobierno se conviertan al laicismo. Si lo hacen, no será su derrota sino la común victoria de los espíritus libres y tolerantes. Amén.
Rafael Cuesta
Alboraya, 25 de enero de 2014